No me causo ningún tipo de extrañeza, ver al sufrido hincha peruano en las graderías del estadio monumental de Lima, pagando su entrada para ver a la selección; aun sabiendo lo anticipado de su eliminación, claro que no estuvieron abarrotadas las tribunas del escenario. Pero el sentimiento y esas ansias por ver la blanquiroja, desplazarse en el campo de juego nos llena de mucha emoción, por mas que tratemos de hacernos los desentendidos o los ofuscados por los constantes fracasos que nos han venido regalando eliminatoria tras eliminatoria nuestros muchachos. Lo cierto es, optamos por ir al estadio o quizás prender nuestros televisores aunque sea por curiosidad, quizás el juego o la actitud de nuestros jugadores ha venido evolucionando, nos preguntamos. O al menos una mejoría o un síntoma de que nuestro nivel de juego se este despegando del retraso del cual nos hemos enfrascado después del mundial España 82. Este partido resulto ser un libro abierto de reflexiones; muchas de ellas tendrán que ser asimiladas, por completo por una generación que aun los tiene presente y aun creen en sus capacidades desgatadas por los años, lo concreto. Si algún día fueron considerados como los Mesías del balompié peruano, que podrían borrar las opacas actuaciones de nuestra selección; hoy se debería prescindir totalmente de ellos. Solo mantenerlos vigentes en nuestros recuerdos por los chispazos de talento y de buen fútbol con los que nos deleitaron. Norberto Solano, conozco su trayectoria impecable, lo seguí por bastante tiempo, un maestrito calculador, con un brillante talento que le abrió los caminos necesarios para conquistar el fútbol argentino e ingles. Indudablemente no se puede negar, al igual que Roberto Palacios siempre vivirán inmutables en el corazón del hincha peruano, por sus golazos, por la garra y el empuje característicos en ellos. Las falencias y limitaciones de nuestros jugadores, debería ser motivo más que suficiente para preparar técnica y físicamente a nuestros nuevos calichines, que ven en Messí y en Cristiano Ronaldo, como ídolos adoptivos a seguir.
Nos debe generar un poquito de envidia sana, ver como otras selecciones como Chile y la mismísima Venezuela han venido superando las dificultades e irregularidades en sus respectivas federaciones, trabajando y asumiendo proyectos serios que a la postre culminaran con sus respectivos objetivos de haber enrumbado a sus países al sueño de asistir a una justa mundialista. Y están a punto de lograrlo.
Asumamos ese compromiso de trabajar seriamente y con profesionalismo. Y a nuestros iluminados dirigentes, no sigan matando sueños e ilusiones de una afición exigente.
Por más eliminados o últimos que estemos respecto a las demás selecciones, nuestro corazón aun palpitara, cuando se asomen once peruanos al césped. Nuestro corazón aun latirá de emoción cuando la gordita pegue al horizontal o al parante del arco contrario. Nuestro corazón siempre se estremecerá a mil cuando el esférico pase la línea de gol. Desatando la furia, de habernos sacado aquel clavo incrustado por décadas, el dolor que subyugaba desaparecerá al entonar esa palabra bendita llamada gol.
Somos un país con hambre, pero con hambre de goles, de triunfos y de alegrías; huérfanos de aquellas experiencias que alguna vez nuestros padres nos contaron. Cuando el fútbol, la selección en especial unía por completo todas sangres y razas del Perú.
